Como todos los años el 6 de julio es una fecha en la que
todas las instituciones educativas del Perú realizan ceremonias para rendir
homenaje a sus maestros. Este año las ceremonias se han realizado el viernes 5
de julio. No importa la fecha. Alumnos y padres de familia se organizan. Los
alumnos preparan poemas, canciones, bailes, danzas, coreografías y pequeñas obras teatrales. Las bandas de
música ensayan todos los días con un mes de anticipación. Las escoltas preparan
sus mejores pasos. Las madres y padres motivan a sus hijos. Cada salón se
esfuerza en decorar su aula y, en algunos casos, preparan una sorpresa para el
tutor y los profesores.
Los más afortunados realizan la ceremonia en el teatro o
salón de ceremonias de su institución educativa. La inmensa mayoría en el patio
de su colegio.
Llegado el día los alumnos se levantan más temprano. Acuden
al colegio y realizan los últimos ensayos. Unos repasan su poema o canción.
Otros ensayan por última vez su danza o baile. A lo lejos se escucha la banda
de música y los pasos de la escolta. Algunos están nerviosos pero emocionados a
la vez. Es el día del maestro y quieren dar lo mejor. Quieren homenajear a su
profesor.
Dentro de cinco minutos se dará inicio a la ceremonia. Los
profesores ya están sentados en primera fila. El lugar reservado para el
director luce vacío. ¿Dónde está el director? se preguntan todos. Está al
teléfono. Lo han llamado del Ministerio. Cuelga el teléfono y se dirige raudo a
ocupar su lugar. Sus alumnos y sus profesores le esperan.
Se da inicio a la ceremonia. Luego de los actos solemnes,
formales y tradicionales, el primero en participar es un alumno de primaria. Tiene
8 años y se llama Pedro. Con mucha seguridad inicia su participación. Lo hace
con voz firme y moviendo ambos brazos. Extendiéndolos y acercándolos a su
corazón. Mirando a su profesora. Hace una pausa. Continúa. A mitad del
poema que recita, se olvida de un
verso y se echa a llorar. Un eterno silencio se apodera del ambiente. Luego de
unos segundos se repone y continúa. Su madre le había dicho que si se olvidaba
tenía que seguir. Y lo hace. Esta vez con mayor seguridad y con una mejor
impostación. Termina su poema. Alguien le alcanza una pequeña caja. La abre y
de ella extrae una hermosa rosa que se la entrega a su maestra, al tiempo que
la abraza muy tiernamente. María, su maestra, se emociona. No puede contener
las lágrimas. Sonríe y le agradece. Profesores, alumnos y padres aplauden.
Su madre, que sigue con atención la ceremonia, se siente orgullosa de Pedro. Ese es mi hijo, se dice internamente.
Los alumnos de secundaria también participan. Cantando o
bailando, en forma individual o grupal, con un huayno o una marinera, con una cumbia
o una salsa, imitando a un artista nacional o a un extranjero. Qué importa
si la canción es de Shakira o Michael
Jackson. Qué importa si es el musical de Grease,
Saturday Night Fever o Dirty Dancing. Lo que cuenta es cómo lo hacen. Lo
que cuenta es la gratitud y el cariño. Lo que cuenta es el corazón que le ponen
para dar una alegría a sus profesores.
Ellos saben que cualquier esfuerzo siempre es poco para
agradecer a su maestro. Son conscientes que el maestro no sólo transmite
conocimientos. Saben que el buen maestro lee el corazón de cada uno de ellos.
Saben que el buen maestro conoce sus angustias y sus esperanzas. Transforma y
eleva sus ideales y motivaciones. Es su mejor amigo. Le confían cosas que no se
atreven a comentar con sus padres. Y siempre les escucha. Por eso su inmensa
gratitud.
La ceremonia termina. Alumnos y padres saludan a los maestros. Los apretones de manos, los abrazos, los besos y los agradecimientos se multiplican. Todos quieren saludar a su profesor. Todos quieren darle un beso a la “miss”. En medio de ese mar de besos y abrazos, Pedro es el más feliz. Pedro nunca olvidará el beso que le dio la “miss”. Nunca olvidará lo que su “miss” le dijo al oído.
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